El dolor de los finales infelices

El dolor de los finales infelices es directamente proporcional a la dicha que se vivió.
Esta inútil, masoquista necesidad de repasar una y otra vez el último diálogo me va a volver loca.  Lo que dijiste y como lo dijiste. Tu postura, el tono de tu voz. Tu mirada. ¿Porqué tuvo que ser asi? ¿Y si tus motivos fueron otros? Dudar de todo. ¿Cómo es posible que de un momento a otro me abandonen las certezas? El sonido de tu voz. Incredulidad. Vacío. Me veo. Escucho de nuevo mis palabras. Pude haber hablado mejor. Pude haber sido más elocuente, menos emotiva, mas fría, menos débil. Pude haber sido mejor. Todo es un absurdo. Si yo no fuese yo, pensaría que desde un inicio estaba condenada a esta suerte. Y tu otro yo, ¿Acaso también lo sabía? ¿Y tú desde cuando lo sabías? Entonces busco indicios de esta despedida. Augurios que me hubiesen preparado. Desesperadamente busco pruebas en mi cabeza, un día atrás, dos días atras, una semana atrás. Me doy cuenta que busco culpables. Reviso nuestras conversaciones, quizas fue esto o aquello que dije. Recuerdo todas nuestras cartas, ¿Donde empezaron a reducirse los te quiero? ¿Dónde eras diferente? ¿Donde yo lo fui? ¿Donde esta el error? Recuerdo nuestros encuentros y de pronto todo se veia muy bien. Pero si yo no fuese yo entonces  me doy cuenta que todo también se veía muy mal. Los imposibles si existen. Me invade la nostalgia y el dolor.

Y muero de tristeza. Y no ha habido un día más gris que este.

Y de nuevo me arrastro a presenciar  la última escena. A lo incomprensible. Y mis ojos, resignados a su propia suerte, irremediablemente vuelven a llorar.

Anuncio publicitario